En la Vigilia de la Solemnidad de Pentecostés,
hacia la que conduce el periodo pascual, reflexionemos sobre los siete dones
del Espíritu Santo, basándonos en el famoso texto de Isaías, referido al
“Espíritu del Señor” (cf. Is 11,1-2).
El primero y
mayor de tales dones es la SABIDURÍA, la cual es luz que se recibe de lo alto,
una participación especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio
de Dios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: “Supliqué y se me concedió
la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros
y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. (Sb 7,7-8).
El don del
ENTENDIMIENTO es el segundo don. La luz del Espíritu, al mismo tiempo que
agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace también más límpida y
penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los
numerosos signos de Dios que están inscritos en la creación.
Mediante el
don de la CIENCIA se nos da conocer el verdadero valor de las criaturas en su
relación con el Creador. Sabemos que el hombre contemporáneo está expuesto
particularmente a la tentación de dar una interpretación naturalista del mundo
y corre el riesgo de absolutizarlas y casi divinizarlas. Para resistir esta tentación
el Espíritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia.
El don de
CONSEJO actúa como un soplo nuevo en la conciencia, sugiriéndole lo que es
lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. La conciencia se
convierte entonces en el “ojo sano” del que habla el Evangelio (Mt 6,22) y
adquiere una especie de nueva pupila.
El don de la
FORTALEZA es un impulso sobrenatural que da vigor al alma no sólo en momentos
dramáticos como el del martirio, sino también en las habituales condiciones de
dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios;
en la perseverancia valiente, en el camino de la verdad y de la honradez.
Mediante el
don de la PIEDAD el Espíritu sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo
abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura, como
actitud filial para con Dios, se expresa en la oración. Extingue en el corazón
aquellos focos de tensión y de división y lo alimenta con sentimientos de
comprensión, de tolerancia, de perdón.
El último, en
el orden de enumeración de estos dones es el don de TEMOR DE DIOS. No se trata
ciertamente de ese “miedo de Dios” que impulsa a evitar a pensar en El. Es algo
más sublime, es el sentimiento sincero y trémulo que el hombre experimenta
cuando reflexiona sobre las propias infidelidades. De este santo y justo temor,
depende toda la práctica de las virtudes cristianas.
“Ven Espíritu Santo y reparte tus siete dones según
la fe de tus siervos”.
(Secuencia de Pentecostés)
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