Con la Carta apostólica Porta Fidei,
del 11 de octubre de 2011, el Santo Padre Benedicto XVI ha proclamado un Año de
la fe, que inicia el 11 de octubre de 2012, en el quincuagésimo aniversario de
la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, y concluirá el 24 de noviembre
de 2013, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Ese año será una ocasión propicia para
que todos los fieles comprendan con mayor profundidad que el fundamento de la
fe cristiana es el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. Fundada en el
encuentro con Jesucristo resucitado, la fe podrá ser redescubierta
integralmente y en todo su esplendor. También en nuestros días la fe es un don
que hay que volver a descubrir, cultivar y testimoniar. Que en esta celebración
del Bautismo el Señor nos conceda a todos la gracia de vivir la belleza y la
alegría de ser cristianos.
En
preparación al Año de la fe, todos los fieles están invitados a leer y meditar
la Carta apostólica Porta fidei del Santo Padre Benedicto XVI.
1. “La puerta de la fe” (cf Hch 14,27), que introduce en la vida
de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta
para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el
corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta
supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo
(cf.Rm 6,4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se
concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección
del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma
gloria a cuantos creen en él (cf Jn 17,22). Profesar la fe en la Trinidad –
Padre, Hijo y Espíritu Santo- equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf
1 Jn 4,8); el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para
nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección
redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los
siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he
recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de
manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con
Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: “La
Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en
camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la
vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y
la vida en plenitud”. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan
mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso,
al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la
vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que
incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible
reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al
contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea
ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe
que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca
oculta (cf M .5,13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede
sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que
invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn
4,14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de
Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como
sustento a todos los que son sus discípulos (cf. Jn 6,51). En efecto, la
enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: “Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna” (Jn
6,27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma
para nosotros: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?” (Jn
6,28). Sabemos la respuesta de Jesús: “La obra de Dios es ésta: que creáis en
el que él ha enviado” (Jn 6,29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino
para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
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